domingo, 11 de septiembre de 2011

Del uno al diez




Esta es la historia de un hombre con muchas virtudes silenciadas, y no es que me corresponda hablar de ellas, pero algo he de decir.

Se trata de un hombre apuesto, aunque sus fotos sugieran lo contrario; y es que se ha equivocado en el pasado, acomodándose un bigote de esos revolucionarios que en la moda no deben existir.

La vida le otorga varias dudas para frustrarse, prescindiendo siempre de las existenciales, y enfocándose en cuestiones numéricas importantes, como “¿del uno al diez cuánto me extrañas?”, suponiendo de antemano que se trata de un diez, si no, no se atrevería a lanzar semejante inquisición.

Si lo encuentran en un antro hablando de conquistas y anhelos de Don Juan, no sea usted quien se confunda, ese hombre en galantería busca enamorarse, y por eso crea máscaras que disimulen que en el fondo, como todo buen hombre, es un pan.

No es que se avergüence de su ilusión profunda de romanticismo exacerbado, pero es cosa complicada reconocer sueños en sociedad. Si le pide que se quede a su lado, váyase tantito, le gusta la lucha y los contrarios, y sólo así se enamorará.

Podría extenderme hasta crear un libro, pero es de mal gusto analizar, y entonces los dejo con la duda, y quizás cuando lo conozcan, sabrán. 

jueves, 18 de agosto de 2011

Encuentros ríspidos




Quizás deba comenzar por describir lo mucho que te quiero, o quizás deba soltar algunas vocales que reemplacen la carencia de explicación en este tipo de motivos. Quizás deba seguir tus consejos, o los míos, y callarme.

Después de tantas palabras, ¿cómo no agotarlas?, después de tantas sentencias, ¿aquí se pide perdón?, y el peligro de un escrito que comienza sin planeación, es que se vuelve un discurso en donde ninguno de los dos podrá tener control.

Probablemente tenga muchas cosas que decirte, es aquella angustia en donde nunca hay final; he de confesarte que lo lógico sería decir que tengo miedo de un abandono, cuando puede ser que lo que verdaderamente me aterre es no encontrar esa despedida, saber que no nos vamos a acabar.

Supongo que de ser cierto que la escritura sirve de algo, debería apostarlo todo por comenzar a explicar nuestro hoyo blanco, mismo que es un problema, en tanto que es bendición, absurdo y realidad. Ese espacio vacío que lo contiene absolutamente todo, dejándose a si mismo tan repleto que no queda más que un “nada” para expresar.

¿Quién diría que la nada era blanca?, que en la nada, nada importa, que podríamos elevarnos tanto para convertir nuestro nombre en redundancia, y luego darnos el lujo de discutir algunas palabras, y de ser posible inventar.

Si es necesario que lo diga, entre todas esas personas que me parecen ridículamente fantásticas, estás acomodado hasta arriba, y así como con todos puedo justificar esa magnificación de sentimiento, contigo perdí tal interpretación. Será que lo que eres desde hace tiempo me quedó muy claro, y que no podría reducirte a ser muy buen doctor. Entonces quizás debería extenderme a que eres apasionado, o a que sólo contigo tengo tan divino entendimiento de mi propio yo. Pero no, tengo conflictos de reducción, y supondré que es porque te he visto mucho más allá de nosotros dos.

Si lo piensas es divino, haber rebasado todo esquema social de relación, estar tan arriba que comenzamos a volvernos personajes en un libro en donde se explica al humano como tal y su emoción, un amor Lacan en donde no nos obtendremos y tendremos mucho más de lo que le apostaríamos a cualquier otro dador.

Verás entonces que no me importa recibir ninguna flor, el cliché y su hermosura es bella en todo inicio de conquista, y lo anhelaría, si no fuera porque he visto justo a aquellos románticos caer en la peor desesperación, o en el olvido, en la indiferencia, sin haber aprendido que quizás la importancia estaba en las palabras, en anunciarse frente a otro, en declararse dentro de todo temor.

El amor es miedo, habrás de saberlo, el amor es sombra, tendrás que asumirlo, el amor es soportar, y querer, necesitar, ansiar, morir por comentar el detalle más ridículo de un día casual.

Creo que de tener que resumirlo, diría dubitativa y lacónica, en nuestra característica contradicción; el amor es hablar.

La conclusión te la regalo, suele llegarse tan alto, que deja de importar lo demás, y supongo que de enfrentarme a algo, de aquella idea en donde el amor se vive dentro de un temor, para sobrepasarlo, te diré tranquila y por primera vez: “no seré yo la que diga adiós”. 

jueves, 4 de agosto de 2011

Certezas



Estos días tengo poco que decir, solamente puedo añadir intrépida “hay muchos tonos de verde”, porque bajo los desconciertos que acomodan la vida, esa parece una certeza linda que no pretende prometer.

Han de ser esas pocas certezas las que equilibran los sube-y-bajas emocionales que surgen de repente, y más allá de nosotros, siempre más allá de nuestro control.

Como verte en gesto sobre cada sendero que a punto de el desmayo caminé, y sin embargo, en ese cansancio, en esa torpeza de pasos, te me antojaste ahí, aunque sin mí.

Pasa de repente que el amor se purifica, ahí donde antes había derroches de presencia, anhelo de necesidad, queda ahora una sonrisa que te avienta a vivir una feliz soledad, puede ser que eso sea todo lo que me atreva a pedirle a una metáfora, ser esa niebla que te acompaña de repente, sin modificarte, sin pretenderte o transformarte, sin nombre o etiqueta, simplemente en el regalo de presenciarte por minutos y afirmarte, en tu infinito estar.

Ya lo ves, tendremos cruces constantes, quizás debiéramos evitarlos, no lo sé, pero supongo que eres como certeza de verde, y ahí estás, y ahí estaré suspendida sobre el suelo, en mi característica humedad, porque intenté irme más lejos pero no puedo volar.

Volar, qué cosa más hermosa sería lograrlo, aunque a veces pienso que ya volamos, y volamos muchísimo, porque no lo necesitamos, porque sin querer adquirimos una cantidad insana de palabras que nos otorgan ir mucho más allá de lo que podríamos si tuviéramos alas, quizás esa sea nuestra herramienta, imaginar. Y digo imaginar con todo el cliché doloroso que cabe en ese término, digo imaginar porque estuve sola, fui tronco, contemplé esferas, me imaginé bichos, ¡carajo!, volví a amar una piedra, y mientras tú estabas en algún cuarto blanco, estabas en realidad a mi lado, estupefacto, mirando el paisaje anonadado, comprendiendo que un día ibas a morir.

Ese sentir súbito, esa inmensidad al frente que nos avisa nuestra propia finitud, ese golpe al corazón que se siente tan directo que se torna cálido, como si lo comprendiéramos, como si de verdad nos fuera posible entendernos acabados, y dentro de lo terrible, hubiera tranquilidad, a los arboles les importará poco nuestra ausencia, la tierra firme puede continuar, y entonces no hemos de ser tan importantes, y eso está muy bien, aunque suene fatal.

Ahí lo tienes, te extraño, me dueles, estamos incompletos, pero queda de todo una inmensa felicidad, ya no sólo podemos prescindir de las manos, sino que además, puedo sentir a través de ti, por ti, para ti, en el lugar en donde te haga falta, con la ingenuidad de niño que necesitas, con la seguridad del hombre que vas a ser.

Sigo sin poderle pedir a la vida nada, más que tenga las ganas de volver a amanecer, y luego nosotros sumergidos y estáticos, luego los verdes y aunque confundidos, tener esos mínimos minutos de saber, algo saber.

Entonces cierro los ojos y afirmo que te sé, sé que te quiero, 
y eso está muy bien.


viernes, 29 de julio de 2011

Mujer serpiente

¿Honestamente?, de la chingada. Llevo muchos días intentando encontrar algún por qué, cualquier pretexto que parezca envolver tanta falta, pero nada.

Me estoy deshaciendo, en toda la literalidad posible, mi piso está lleno de cachos de piel, que voy pisando, que me van recordando todo aquello que he sido.

Y me duele, tormentosamente, porque pareciera ser el aviso de todo lo que busco en la vida, aquél poema que no acaba rotundo, sino desquebrajado, en tragedia que no vale la pena comentar.

Me fui dos meses, me fui para cambiar, para estar sola, y todo era hermoso, tan hermoso que me preocupaba, ¿cómo podía haber tanto bien de repente, sin ningún mal?, no podía, ese era el problema, el advenimiento, la condena.

No puedo hacer otra cosa que verlo como prueba, una prueba real, quizás ésta es la real soledad, no una inventada y fantástica, sino en la que te mueres poco a poco y no tienes ningún cuerpo que abrazar. La soledad en la que pasas horas enteras en un hospital perdiendo el aliento, temblando con escalofríos, dejando de sentir la sangre correr, miembros dormidos, y tú, a punto de soltarte en un llanto potente, alguno que te distraiga de tu tan linda fortuna. Miradas de otros en espera que ponen gesto de terror, pero no hay palabras que te consuelen, tan sólo silencio rotundo.

Para ser honesta, creí que cuando por fin mi piel comenzara a sanar, me sentiría una vencedora, con nada que me impidiera estar bien, pero no pasó nada así, sino lo contrario, me percaté que si lo logré era por pura lógica natural, ese deseo de sobrevivir que se da más allá de nosotros, y digo más allá, porque no lo decidía yo, en realidad no hacía más que alucinarme con la piel arrancada, y que la consecuencia, fuera estar muerta.

La parte irónica de todo, es que cuando la comezón comenzó, me atreví a hacer un escrito siniestro sobre una mujer serpiente que cambiaba de piel, y había al final de el relato una gran victoria. Poco sabía yo de los días que precederían a ese escrito, en donde la piel se llenaría de ronchas y manchas, de moretones y sangre, de quemaduras de primer grado. Poco sabía yo de las horas que iba a pasar en el hospital, de la cantidad de medicinas que iba a tener que tomar, de el vómito consecutivo de las mismas, de las inyecciones, y los baños de cortisona. En realidad, mi cuerpo comenzó a adaptarse a mi historia, y sí, comencé a perder la piel, despellejándome, literal y metafóricamente.

Comprendí que la realidad es a veces más siniestra que nuestras ficciones, puesto que soñé con esta última semana de mi viaje, soñé con ese último café, ese último helado, esa última pisada en mi calle preferida, esa última ida al súper. Cada momento estaba en la espera de su día, y en lugar de todo ello, viví la semana del infierno, como poesía pura, en donde no he tenido fuerza alguna para escribir.

Al darme cuenta de mi propia vulnerabilidad, decidí reconocerme a mi misma, frente al espejo, frente a ese espejo que reflejaba un monstruo y sus pecados, que en realidad no soy fuerte, ni quiero ser. Acepté gritando que quería regresar antes, que no soportaba los minutos, que necesitaba desaparecer. Es una monserga el hecho de que estando en la peor crisis, nada quiera ceder. No hubo posibilidad de cambiar el vuelo, y tuve que permanecer más días en la soledad del infierno que yo misma me propuse, creyendo que todo iba a ser subida, y no una bajada tan desproporcional.

Mi parte sincera, la que es optimista, aunque sea la que menos sale a la luz, intentó aprender todo lo posible, pero no encontré nada, nada dentro de un discurso óptimo, nada que me mantenga con la certeza de que debía ocurrirme. Siempre suelo encontrar explicación, alguna simbología perfecta, alguna metáfora que se transforme en justificante correcto.  Hoy no, y sigo rascándome, sigo arrancándome a mi misma, creyendo que aún es posible deshacerme un poco más, aunque el ardor ya no me lo permita.

Quizás, quizás descubrí que la soledad no es tan necesaria. Quería forzarme a ella, quería saberme en ella, quería enamorarme de ella y sobrevivirme en ella. Al final, aunque todo lo anterior ocurrió, divisé que no es una cuestión de poder o no, cualquiera podría, y lo que debo aprender es pedir ayuda, pedir consuelo, pedir una mano extendida.

No he dejado de pensar en mi madre, tan presente aunque estuviera a kilómetros de distancia, sosteniéndome como por arte de magia. Los demás no estuvieron, pero eso no es sorpresa, quizás pensaban que exageraba, como si no supieran que el hecho de atreverme a pisar un hospital es presagio inquebrantable de que ya estoy rotundamente mal. Tan es así, que sigo soñando con más inyecciones, agujas que me recuperen.

Y eso es todo, por ahora, debo ir a recostarme, a acabar de vivir el escrito que me propuse, a cambiar de piel, ser serpiente y ser mujer. Seguramente a quejarme un poco, y regañarme, quizás con paciencia logré ver qué era lo que necesitaba comprender. O quizás ya lo sé, y en algún futuro lejano pueda decir segura: “fue a los veintidós cuando cambié de piel”. Renacer. 

Mucho siempre te soñé




Pienso mucho en ti, pienso mucho en qué hubiera pasado si no te hubiera dicho aquello. Probablemente no hubiera pasado nada, y es que así funcionan las cosas contigo, importa poco en qué extremo nos coloquemos en la balanza, siempre terminamos besando al abismo.

Supongo repetidamente que te gustaría caminar a mi lado, te lo ofrezco cuando puedo, casi suplicando, pero sé que entre tantos pasos no dejo mucho espacio, y ese es nuestro pecado, jamás tener congruencia entre nuestras palabras y actos.

Te sé presente como te sé perdido, quizás no dependa de ti, ni siquiera de cuántas veces me hayas anhelado. El amor es saber y voluntad, pero también idiotez, dejarse llevar, con grandes dosis de soportar.

He estado muerta algunos días, quizás para deshacerme de lo que dependía, y perdí entre sueño y sueño una cantidad impresionante de recuerdos. Estabas tú en una puerta, y ahí sigues, con la vital importancia que has tenido siempre.

Conocí a un hombre de apellido Artaud, me enseñó que era conveniente revolcarme en el caos, en el dolor de pacotilla, en la oscuridad. Y, siguiendo sus consejos al pie de la letra, comencé a vislumbrar ráfagas de luz, aquellas que son poéticas porque aparecen después de mucho tiempo de no ver, y duelen, porque nos avisan que tendremos que luchar para regresar, si es que pretendemos darle la espalda a la muerte.

Volver a nacer, pieles de serpiente.

Y así lo ves, no hay coherencia en tu imagen dentro de mis escritos, pero falta soltar algunas palabras que no te contengan para que aparezcas disfrazado de todo aquello que pudiste haber sido.

Tomé café y fumé dolorosa, me picaba la vida, me picaba ser cuerpo, ser mujer. Después pellejitos aparecieron, burlándose, riéndose, ya no podría dormir más, y tendría que vivir el vacío, como mi constitución me prometió desde el día en que nací.

Entonces estuviste, y dejaste de pertenecerme, podría ser que tanta piel fuera sólo aviso de lo que no deberíamos de tocar. Esos pecados, esos pecados de amar.

Si hay algo que disfruto en lo funesto de ansiarte, es la pureza con la que después de desarmarnos te he encontrado. Y dicho todo o nada, en secreto o en nostalgia, estás como más allá de mi. De forma divina y sin querer, sin poder negarte; y aunque todo esté fatal por imposibilidad, todo está muy bien.

Quizás ese era nuestro secreto, tenía que olvidarte para tenerte, y después comerte palabra a palabra para volverte a perder. Así es.

Lo que más me gusta de cualquier intento de acercarme, es saberme incapaz de terminar mis propias propuestas, y entonces viviremos en pausa, como en este escrito, como en mi ayer. Estoy flotando, adiós cariño, mucho siempre te soñé. 

martes, 3 de mayo de 2011



No es una cosa sencilla, esa de estar enamorados y decidir no ver; esa de crear ilustraciones que reemplacen el anhelo de verte a mi lado, para tenerte, más allá de lo que en una realidad podría conseguir.

Y es un absurdo, no sentirte y alimentarme de tus miedos, es un horror, haber aprendido a prescindir de ti y aún así contenerte en mis días. Es como esa muerte, que se recita en cada vocablo, que se vuelve musa en todo contexto, y no está presente; 
no la quisiéramos siquiera tener presente.

Es una mentira, no voy a engañarte, esa espera que se da en vano, por el placer de estar acomodados en un sueño de nunca jamás. Sin pretender otra cosa que no sea un café en la mano, y un papel para gritar.

No puedo evitar beber contradicción, fumar paralelismos y soñar en pasado. No puedo evitar evitarte, no puedo no ser redundante. 
Y enamorarme.

No puedo tampoco no ser canción, mortificarme por ser sorda, y reír por verte tanto. No puedo lamentar haberte olvidado y teclear en una dosis infinita la idea que inventé de ti.

Pero puedo predecirte niño perpetuo, solo porque sí.

Entre mis destinos está esa complejidad inigualable de tener que explicarnos en una racionalidad que no ha encontrado si quiera el por qué de su existencia. Esa garrafalidad de encontrar sentido al ser humano, cuando pude haber sido cualquier otra cosa estática, apabullante por no estar viva. Naturaleza.

Y entonces me recuerdo decidida a olvidar los silogismos y la estructura que me fue regalada, chillar con susurros que yo, 
he de amar una piedra.

He remojado mis labios en plagio, he bebido gestos de imitación. Todo lo que he aprendido me lo he robado, y luego me pregunto cínica, 
¿quién soy?.

La realidad que descubro día a día es que importa un carajo, y ese aparente valemadrismo me ha liberado de una crisis de mediana edad que pudo haber llegado demasiado pronto, si hubiera profundizado.

Pobre filósofa la mía; ¡le otorgo una espalda!; suficientes tatuajes me he trazado, como para agregarle más locura a Vincent y su color.

Entonces no, no habré de explicarme a mi misma, ni a construir una congruencia falsa para ser comprendida. Me es prescindible la conexión entre párrafos, así como la continuidad entre las horas que transcurren por mis días.

Me es necesario, en cambio, poder amar y odiar a la misma cosa, en un mismo momento, bajo un estado de casualidad. Trazarme un fleco de emo, y pintarme las uñas de rosa, ser equivocación sin etiquetar.

Me es necesario también vivir de ensaladas, creer que siendo plato, todo lo puedo mezclar. Y no hacer evidente el por qué un día se me antoja poner miel sobre lechugas, o no dormir en época de entregas, para comenzar un proyecto personal.

Ser deliciosa por ser. Hacer como extensión a lo que se es. Olvidar, ¡he perdido tanto tiempo pretendiendo amar!.

Me pienso como dientes que muerden indiferencia, como poeta de la rutina y el hermoso motivo que podría ser, caminar sin dirección.

Estar presente cuando sea necesario, hacer de la ausencia una inigualable atracción. Porque todos hemos soñado fantasmas, y quizás el fantasma debí de haber sido yo. Me llamaría Ana.

A decir verdad, sería Anónima, y carecería de predilección. Me nombraría sabor a vacío y a negro orgulloso. Calefacción.

No huir, quedarme; no establecerme, marcharme.

Eso es amor.

Y después el olvido, después la contracción del corazón. Por hoy me son suficientes las letras que me/te doy.

jueves, 28 de abril de 2011

Reverencias para la vida



A veces, cuando digo que la vida es una puta, lo digo porque la cabrona constantemente nos restriega la verdad sobre las cosas, y se vuelve insoportable por ello.

Hoy me ocurrió una de esas mafufadas que nos desestabilizan, porque nos demuestran que por más planes que hagamos, nunca tendremos control sobre nuestro futuro, cosa que en gran medida se vuelve frustrante.

Según yo tenía a una persona a la que podía confiarle todo, esa persona que había vuelto mi depósito de bien y mal, de ayuda, de soporte; qué poco sabía yo sobre una realidad tan sencilla.

Esa persona, por alguna casualidad extraña, estaba dándose cuenta de lo mismo que yo, de ese movimiento que va más allá de nosotros, de esos cambios que de repente no quisiéramos asumir, de ese constante sube y baja en el que estamos metidos y no podemos acomodar de la forma en que nos encantaría. Él, a diferencia mía, estaba de pésimo humor por ello. Se me ocurrió entonces, (ocurrencia para mí totalmente lógica) vernos y ayudarnos mutuamente, hacernos reír, sabernos unidos, porque siempre ayuda en la vulnerabilidad de una situación tener a ese alguien que te hará sonreír por mal que te encuentres.

Esa persona me mandó a la chingada de una forma tan poco sutil que se vuelve graciosa, cuestión a la que en realidad estoy acostumbrada y no me importó mayormente. Se justificó bajo el hecho de un humor terrible, y yo, inocente pendeja, creí que los amigos están justo para apoyarse en esos momentos. A pesar de la mamada que podría ser recibir una negativa tan poco madura, noté en mi boca una sonrisa traviesa que me sorprendió.

Llevaba mucho tiempo planeando una huida, una escapatoria a la decepción constante que siento hacia la gente, a ese asco por su poca disposición de entrega, a esa pesadilla que me parece la ausencia de visión y sacrificio; pero hoy, dentro de mi propia adversidad fui liberada.

La vida te abre puertas, te cierra otras, te pone gente en el camino, y de repente, en el detalle más sencillo, te los “quita”. Aunque la cuestión de perder a la gente que crees más tuya, duele, se dio en el momento perfecto, porque de repente ya no necesité escaparme, sino que esa conexión en vano con alguien, esa frustración, esa debilidad, esa dependencia, se vieron eliminadas por una casualidad hermosa. Y los celos que llegué a sentir en el pasado se volvieron el cinismo orgulloso de poder decir: “adelante mi amor, ve con otros para fallarles, porque el problema serás siempre tú, y no es mi responsabilidad tomar el papel de madre y cambiarte”.

Inocente criaturita, que en su egoísmo es rotundamente incapaz de darse a otros, y bendita vida, que en lugar de dejarme jodida por el trancazo de a lo que hoy me enfrenté, pude darme cuenta de que en donde estoy, estaré siempre bien, y que los que están a mi alrededor dándose una importancia mayor a la que en realidad tienen, pueden valerme un carajo, porque no son lo suficiente como para apoyarme ni en el más mínimo detalle. Es ese saber que puedes mandar a la chingada con una absoluta confianza, sin sentirte comprometida con esos idiotas que a grandes rasgos prometen el mundo, y que irónicamente son los más incompetentes para alivianarte la vida con un sencillo sí.

Esa es la vida, puta, pero en su carbonería no solo te libera de una inmadurez que es incapaz de expresarse a si misma, sino que además te libera de pretender apoyarte en alguien que no ha sabido siquiera, sostenerse por si mismo.
                        
Te regala, con sus cambios esporádicos y con las situaciones que no puedes controlar, la oportunidad de posicionarte en un nuevo ángulo, de poder tomar la decisión de saberte solo y en esa soledad potente; pues puedes entonces decidirte unido únicamente a quien sí vale la pena, y explayarte en el lugar adecuado, con quien lo merezca; liberándote de perder el tiempo con entes enojados, con entes que en lugar de jalarte hacia arriba, te dejan, con suerte estancado, y con mala suerte, seis metros bajo tierra.

La vida te regala vida, es decir, personas con quienes en un ataque de risa te cansas tanto como para sentir a tu cuerpo y corazón latir. Personas con las que estando fatal buscas una salida, un avanzar. Personas que te dan seguridad, una afirmación de siempre estar, un aprendizaje, y además, se da natural, sin pedir, sin esperar.

Reverencias para la puta vida, y para su inigualable manera de demostrar la verdad.